Un texto de Miguel Cidraque
Es indescriptible la sensación de libertad que produce escribir algo que sabes pasará inadvertido para el grueso de manazas que soban este instante congelado de cultura. Son tantísimas las veces que me he enfrentado a esta hoja en blanco tratando de justificar esa cuarta dimensión que me hace seguir jugando con cuatro ruedas que a menudo me pregunto si toda esta palabrería no será más que un jodido mantra para convencerme de que, en efecto, patinar es infinito. El resto de la veces me doy cuenta que lo único que pretendo es demostrar a mi padre (quien de manera desinteresada se dedicó a poner en entredicho todos los intereses con gorra para atrás que se cruzaron en mi adolescencia) que, en efecto, el patín es algo virtuoso.
Puede que para muchos mi postura pueda parecer algo pretenciosa pero ¡qué coño! a poco narcisista que uno sea no conozco a nadie que se vea así mismo como un “mindundi” integral y seguro que, quien más quien menos, encuentra en su largo romance con el monopatín infinidad de momentos y acontecimientos que considera elevados.
Como pensador aficionado he crecido estableciendo relaciones entre el monopatín y casi todo lo que me rodea en busca de la explicación definitiva que me haga descifrar el porqué resulta tan completo el juguete del demonio y no se trata tan sólo de una actividad física pasajera que se cura con la edad adulta (que se vea estrangulada por otras obligaciones es un tema en el que no entraré a bien de no calentar a los lectores más ocupados). Desde una perspectiva netamente masculina -ruego me disculpen lectoras y translectores- el monopatín se me aparece como la quintaesencia del entretenimiento entre camaradas combinando a la perfección el fuego del ejercicio físico (necesario para cualquier cuerpo o mente acelerada), la expresión individual/artística, y el siempre necesario espacio social común con otros seres humanos.
¿Necesitas descargar tu estrés? te vas a patinar un rato.
¿Necesitas un rato con los amigos? te vas a patinar un rato.
¿Eres nuevo en la ciudad? te vas a patinar un rato.
¿Has robado el bolso a una viejita? te vas a patinar un rato.
¿El skatepark está infestado de artilugios deslizantes variados? das media vuelta y te vas a patinar un rato.
¿Tu cerebro pesa más de una tonelada? te vas a patinar un rato.
¿Tienes que limpiar tu habita? te vas a patinar un rato.
¿Las vacaciones en familia te están matando? te vas a patinar un rato.
¿Te arde la garganta? descuida que las cervezas siempre llegarán por arte de magia después de: ¡ir a patinar un rato!
¡Vaya! parece que “ir a patinar un rato” acarrea serias dosis de evasión de la realidad. Me encanta. Pero ¿qué hay de malo en concentrar demasiado nuestras vías de escape? ¿”Ir a patinar” como objetivo vital, es siempre sinónimo de “marcar gol”?
Envejecer sobre ruedas es una experiencia compleja en la que nuestro Peter Panismo puede jugarnos malas pasadas. La curva de aprendizaje que en nuestra adolescencia no parecía más que subir y subir a veces puede parecer bloqueada por los horarios propios de lo cotidiano o nuestra menor capacidad física (si me preguntan no conozco a nadie que con los años se vuelva más y más ágil; bueno sí, está Lance Armstrong pero todos sabemos como acabó el tema) y a menudo podemos encontrarnos frustrados por no llegar hasta anteriores hazañas. ¿Nos convierte esos en peores patinadores? todo depende del enfoque que quieras dar a tu actividad. Una vida orientada a los objetivos puede causar altas dosis de ansiedad y frustración, ya que resulta imposible ganar siempre. Da igual que vayas a tu plaza habitual, con esa tabla nueva que tan bien ha funcionado en otras sesiones, tus zapatillas favoritas y en el mejor día de primavera. Aunque todo esté calculado al milímetro hay veces que es imposible llegar a planchar ese truco con el que tanto hemos peleado o simplemente es parte de nuestro “arsenal” habitual. ¿Qué obtenemos? ansiedad y frustración. ¿Entonces? todo es tan sencillo como fijarse ámbitos de mejora con los que disfrutemos por el camino.
Hay días en los que me veo envuelto de la negatividad propia del que busca un objetivo concreto sin pararme a disfrutar de todas esas pequeñas cosas que me hacen, en gran medida, disfrutar de una buena tarde sobre ruedas. ¿Soy peor patinador que hace diez años? mi culo no llega la mitad de alto que hace una década ni mi patín gira tan rápido como entonces, pero puedo patinar sobre el doble de terrenos que aquellos días: definitivamente diría que no. Pero volviendo al inicio puede que toda esta palabrería no sea más que el ejercicio de inducción mental que me haga seguir bajando a patinar. ¿Cada día me parezco más a mi padre? ¿Por qué es tan complicado envejecer? ¿Es posible hacerlo sobre ruedas de una manera sana (física y mentalmente)? ¿Bordillo o slappy? ¿skatepark o downhill? Definitivamente creo que necesito ir a patinar un rato.