“everything popular is wrong”
- Oscar Wilde
Mi paso por la adolescencia* fue bastante corriente y los días en el instituto por el que me tocó andar poco o nada se parecían a los de aquellos jovencitos** que pululaban por ficciones americanas variadas. Aunque he de reconocer me fascina el género teen. Esa realidad paralela preparatoria para la cruel vida adulta en la que todo se jerarquiza, se sufre por los primeros amores, la impaciencia por perder la virginidad… toda una odisea de la que, al parecer, la mayoría podemos salir ilesos.
Todas estas películas acostumbran a repetir unas estructuras sociales básicas en las que, a grandes rasgos, tenemos a: los populares/deportistas, las tías buenas, los renegados y los abiertamente frikis/nerds/inadaptados al estilo socios del club de audiovisuales o miembros de una banda de rock. ¡Qué carajo! toda esta basura americana no encajaba en absoluto con todo lo castizo que me rodeaban pero me viene al pelo para explicar como el monopatín consiguió hacerse un hueco en mis días de acné y poco a poco parte permanente de mi cerebro-corazón.
No recuerdo en qué momento fijé la atención por primera vez en uno pero recuerdo perfectamente como, durante esa época, el monopatín se me presentaba como anillo al dedo al resto de mis intereses: era algo relativamente desconocido, te daba acceso a no sé qué sociedad secreta de personajes que se reunían en torno al juguete, no tenía que andar explicándoselo a nadie (nadie a mi alrededor parecía interesado), era una actividad muy relacionada con la música y parecía un buen caldo de cultivo para individuos de infinitos y variados intereses que no seguían ningún tipo de norma y hacían las cosas a su manera. Vamos, unos jodidos frikis-inadaptados de manual.
Los años pasaron y el patín fue creciendo en popularidad (más por su vertiente estética que por número de patinadores reales) y recuerdo como durante mucho tiempo se me llenaba la boca de sapos y culebras intentando explicar que no conocía a Tony “Hank” en persona o derivados. Por aquel entonces rechazaba frontalmente cualquier cosa que pudiera, ni tan si quiera de refilón, estar del lado de los populares/deportistas (con las tías buenas nunca tuve este problema; nunca se acercaron) u otros personajes “ganadores”. Pensaba en el monopatín al más puro estilo Talibán en el que, si no eras practicante no tenía nada que hablar contigo al respecto y lo más que podía pensar era en degollar tu cuello infiel por atreverte a entrar en nuestra casa.
¡Oh madurez, como pone todo en perspectiva! si bien a día de hoy sigo pasando de largo de casi toda manifestación de popularidad y tiendo a evitar el tema monopatín con aquellos ajenos al mismo, cualquiera que me conozca sabe que he rebajado la intensidad del discurso y me limito a no hacer caso a todo aquello que considero menos virtuoso de nuestro universo (como eventos pseudo-deportivos/extremos, bebidas energéticas, etc) y procuro codearme con la flor y nata de la gente con la que, a lo largo de estos años, he tenido la suerte de compartir sesión en la vida y la calle. Puedo decir con orgullo que la mayoría de ellos son unos enamorados de todas las experiencias que les ha aportado este viaje por el subsuelo.
Y para el que me busque seguiré refugiado del lado menos popular y visible del asunto, escondido entre aquellos que recomponen sus gafas con cinta americana y protegen los bolsillos de sus camisas contra manchas de tinta. Del lado de aquellos que quieran aportar algo de ingenio y una gota de pasión al asunto. Bien cerca de los que que quieran patinar por el puro placer de hacerlo, desollarse un codo y oler a sobaco al final del día ¡Larga vida a los perdedores!
* la mayoría de gente que me rodea considera que no he superado la adolescencia
** todos sabemos que aquellos quinceañeros estaban más hacía la mitad de la veintena de lo que muchos querrían reconocer